La incoherencia madre de la indecencia.
En este artículo de Javier Montilla, un escritor que no se vende al mejor postor, sí habla de la hipocresía nacionalista catalana, ahora sí que pueden dar a bombo y platillo todo lo que anteriormente esos políticos taurinos quisieron manipular a través de la abolición de las corridas de toros en Cataluña, despreciando las 180.000 firmas físicas que se presentaron para la famosa ILP que tanto ha dado que hablar en el país, unos con coherencia, otros con injusticia y otros con ignorancia.
Según las encuestas lanzadas para la prohibición de los correbous, se recoge que más del 85% de la población catalana NO QUIERE esos festejos en su tierra, ¿acaso eso también es catalanismo?
Qué vergonzosa actuación política hubo ayer en la Cámara del Parlament de Catalunya, y que indecencia en unos políticos que deberían de proteger a ese pueblo al que un día les prometieron honestidad y transparencia. Ese es el futuro que les importan para todos esos niños de corta edad que asisten a esos festejos legalizados y en donde sólo ven violencia, sangre y dolor.
"Qué inteligencia la de Ortega y Gasset cuando se refería al hombre masa como aquél que no está al mismo nivel de sí mismo, el que se encuentra a mitad de camino entre el ignorante y el sabio, que cree saber y no sabe o el que no sabe lo que debería saber. Sea como sea, esto me recuerda a la última cacicada proveniente del nacionalismo catalán, Me refiero al blindaje de los correbous para serenar el malestar de las hordas convergentes de las Terres de l’Ebre tras la abolición de las corridas de toros.
Atrás han quedado las palabras de Artur Mas, cuyo voto auspició el fin de las corridas, razonando que la prohibición permitía construir una Catalunya mejor para las generaciones futuras y que lo hacía por conciencia personal. Hay que ver que alarde de travestismo emocional y político nos ha regalado el que puede ser el futuro presidente de la Generalitat. Es bochornoso que los mismos principios éticos sirvan en un caso y no en otro. La tortura cuatribarrada es buena, forma parte de la Casa Grande del Catalanismo. Fantástico. Abolimos las corridas de toros y nos vanagloriamos de la tortura animal si se exhibe la estelada. ¿Acaso los correbous no dejan de ser un paradigma del maltrato animal? Por lo visto para la clase política catalana no. Quizás consideran que el animal se coloca él mismo las bolas de fuego en sus astas o se ensoga para deleitar a la masa histérica y bárbara. Quizás consideran que no es maltrato animal apalear a los toros con todo tipo de objetos, cegarles con pistolas de rayos láser o echarles arena en los ojos. Histéricos, pero catalanes; bárbaros, pero progres.
Acaso olvidan que el toro ensogado padece un fuerte componente de estrés, como asegura la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia (AVAT). Probablemente, no sean conscientes que no tiene una fisiología preparada para encarar este tipo de situaciones y, al ser encajonado para atarle, sufre fuertes sensaciones negativas. No sólo esto. La alteración de su miedo natural le produce ansiedad, lo que le afecta negativamente porque el miedo es un poderoso causante del estrés.
Ya es triste tener que rebatir continuamente la sempiterna falacia de que el toro no sufre. El axioma del terrible sufrimiento psíquico y físico que padece cualquier mamífero, cuyo sistema nervioso complejo y su umbral de dolor es similar al de los humanos, no requeriría ni un minuto de dedicación. Sin embargo, sólo la miopía intelectual, y haberla hayla en todos los extremos ideológicos, puede afirmar que un toro no sufre hasta el tuétano cuando se le clavan banderillas en el lomo, se le ensoga hasta oprimirle, se le ponen bolas de fuego hasta dejarle, en muchas ocasiones, ciego, se le clava una lanza hasta alcanzar el pulmón para desangrarlo lentamente o le gritan energúmenos que disfrutan con su dolor y su muerte.
Pero no. Sacamos pecho de este ritual anacrónico y consideramos una kermesse autóctona el que centenares de jóvenes corran por las calles de un pueblo, gritando cual marabunta salvaje, aplaudiendo, vitoreando, aterrorizando y torturando a un pobre animal, incapaz de discernir qué le está ocurriendo. Será oriundamente catalán, pero es una de las cacicadas más infectas del pseudoprogresismo de salón, que nos acerca más a primitivas civilizaciones que a la vanguardia de la que siempre ha presumido Cataluña. Pero no me extraña. La delgada línea que separa el ingenio del ridículo no lo es tanto como la que discurre entre la ilustración y el provincianismo. Y, desgraciadamente, la envidiada Cataluña -antaño adalid del progreso moral de la humanidad al prohibir las corridas de toros -ha devenido en un solo día en una Cataluña equiparable a la España salvaje. Eso sí, ataviada con una barretina firmada por Patricia Field.
Y mientras nos miramos el ombligo estatutario, los correbous se multiplican, a la vista de los números de este verano. Los habitantes de las Terres de l’Ebre, fervorosos de sus gustos primitivos y de sus orgías de maltrato y violencia acrecientan el número, la duración y los lugares donde se celebran. Todo ello, ante el beneplácito de Convergència i Unió y con la complicidad de Esquerra Republicana de Catalunya. Prohibimos las corridas pero mantenemos nuestro granero de votos. ¿Dónde está la decencia? ¿Dónde está el sentido común? Sin duda, en los cálculos electorales.
En fin, curiosa nación ésta, que se jacta por las mañanas de ser imponderable y disfruta con la tortura despótica de animales nobles en los días de verano. Ignoro la respuesta de nuestras señorías, pero cuando se pierde la coherencia no se puede esperar honestidad intelectual, moral y ética. Tenía razón el escritor norteamericano Joseph Heller cuando decía que en esta vida algunos hombres nacen mediocres, otros logran mediocridad y a otros la mediocridad les cae encima".
Vía: jmontilla.blogspot.com