abate su astada cabeza,
se derrama en el suelo su sangre,
se convierte en hálito su fuerza
y su bramido se vuelve silencio.
Su mirada, se extravía en la Nada,
intenta respirar,
pero el dolor le viene a ahogar
en un último temblor.
Tendido sobre la arena
le va abandonando la vida
por cada suerte,
por cada herida,
llevándose su postrer aliento,
y va penetrando la muerte,
poseyendo cada entraña,
tejiendo cual araña
una mortaja sobre el negro cuerpo.
A su lado,
embriagado de sangre ajena,
triunfante sobre la arena
alza sus brazos victorioso,
exaltado y orgulloso
por tan sublime faena
el eterno vencedor;
aclamado por su proeza
hará leyenda su valor.
El muerto, será despedazado
y acaso su cabeza
sea el trofeo admirado
de algún lujoso salón.
Es la Fiesta Nacional:
La Parca vestida de luces
hundiendo con bizarría
su estoque en el animal,
arte, arrojo y maestría
y la bestia cayendo de bruces
en el instante final.
El verdugo sale a hombros
entre aplausos y ovaciones
haciendo su nombre historia.
El toro sale arrastrado,
su cadáver lacerado
es ajeno a tanta gloria.
Las aclamaciones para el torero,
para la víctima el silencio,
para el astado el cuchillo,
para el maestro el dinero,
y la muchedumbre exultante y feliz,
el ser inferior volvió a doblegar su cerviz
ante el dueño del acero.
Oid los motivos de la horda:
"dicen que no sufre
en el ardor de la batalla...",
cuando habla la crueldad
la razón se calla -.
"Aseguran que es tradición,
la lucha en su esencia más pura...",
el crimen convertido en cultura,
la brutalidad hecha institución -.
Y aún se proclaman defensores
los expertos criadores
mejorando día a día la raza,
siniestros cuidados y atenciones,
ha de estar en perfectas condiciones
para ser inmolado en la plaza -.
No les conmueve la pena
cuando yace sobre la arena
el toro herido de muerte.
Sólo una mente aberrante
puede disfrutar con la tortura.
Sé que al fin, ha de llegar el día
en el que no haya muerto ni matador,
triunfarán entonces la bondad y la ternura
sobre el culto a la agonía y el dolor.
(Julio Ortega Fraile)